La caza me produce un profundo rechazo, estoy absolutamente en contra de cualquier forma de maltrato animal, o cualquier manifestación de placer o deporte que llevé en sí misma la muerte o tortura de un animal. Creo que los animales son felices en libertad, corriendo o en su lucha por la supervivencia dentro de la pirámide alimentaria y no concibo como un ser humano puede sentir placer y disfrutar persiguiéndoles y dándoles caza.

Mi padre es cazador, mis abuelos y mis ancestros también lo eran, vengo de una estirpe centenaria de cazadores… quien sabe cuántas generaciones atrás… Mi padre disfruta yendo de caza y argumenta a favor de esta práctica. Se enorgullece de su cuidado con el medioambiente, con el dinero que invierte en cotos de caza y cuidado de los animales que posteriormente mata, así como las cifras astronómicas que paga por cada pieza que posteriormente nos comemos.

Yo adoro a mi padre y observo su afición desde que soy niña, primero la veía con absoluta normalidad desde la inconsciencia de una niña inocente que incluso posaba con la ristra de perdices muertas que mi padre traía a casa o con los cadáveres de esos animales que él llama trofeos. Sus trofeos lucieron toda mi infancia en el salón de casa, así como las revistas de caza y pesca, los documentales y toda la parafernalia asociada a esta actividad.

Cuando me fui haciendo adulta y entrando en contacto de un modo más profundo con la belleza de los animales, sentía rechazo, sentía un profundo rechazo hacía sus hábitos…, sólo tenía que mirar a un perro a los ojos para sentir amor, para sentir esa forma de conciencia, esa forma de vida menos inteligente, pero pura e inocente, esa forma de vida que en su mirada contenía todo el universo y que me miraba suspirando por una caricia o un gesto de cariño.

Esa mirada de los perros, cuya convivencia me enseñó que eran maestros del perdón y la conciencia del instante presente, se extendió a los gatos y con ellos comencé a observar a las vacas y con ellas a los caballos y poco a poco fui viendo documentales donde descubrí la docilidad de los leones y de los toros… y seguí explorando el reino animal y la vida me dio oportunidad de conocer una rata domesticada y ver la misma belleza en sus ojos, de ese modo supere el miedo que tenía a algunas razas de animales y supe ver que de todos ellos emanaba la misma belleza, la misma conciencia, la misma unidad que subyacía en todos nosotros los seres humanos.

Esa misma unidad que había experimentado en blancos, negros y chinos, en hombres y en mujeres, en ricos y en pobres… Esa misma unidad que era nuestra naturaleza esencial y que también compartíamos con los animales. Y de ese modo no podía evitar sentir amor por ellos, un amor intensificado por su condición de seres indefensos ante nuestros avatares y a la merced de nuestras locuras.

La caza me dolía, aunque siempre respeté a mi padre, asumía la oportunidad de sanar todo el transgeneracional abrazando compasivamente a cada animal que la vida pusiese en mi camino, así como tratando de ser respetuosa con mis hábitos alimentarios por mucho que me costase renunciar a comérmelos, al menos ser consciente de que comérmelos no es necesario y agradecer a cada trozo de cadáver que cae en mi plato…. Entonar esa profunda gratitud de corazón por formar parte mi vida en forma de comida, nutriéndome con lo más valioso que tienen, sus propias vidas. Y que su vida fluya a través de la mía y me inspire para ser capaz de expandirme en amor y comunión con cualquier forma de vida de las que me presenta la madre naturaleza.

Y entonces, cuando estaba yo sintiendo todo esto que estoy narrando, aparecieron en mi vida cucarachas, nada más y nada menos que en mi cocina, alguna de ellas en mi nevera.

Y una vez más la vida poniéndome a prueba y entonces sentí la ira, sentí la rabia y en  honor a todos mis ancestros cazadores, saqué valor de donde pude y a pesar del profundo asco que sentía me lié a matar cucarachas, demostrándome a mi misma que esa cazadora también estaba dentro de mi…

Una vez más entoné el: “todo es perfecto” y de ese modo pude dejar de llorar al ver la tortura y el dolor, el sufrimiento innecesario que mi pueblo le inflige a los toros en formato de fiesta y tradición.  Antes pataleaba de rabia y de impotencia al ver al Toro de Tordesillas y al de Medinaceli y observar tan macabra y enfermiza manifestación por parte de los seres humanos.

Y este fin de semana, leyendo a Sergi Torres encontré una inspiración para reconciliarme con los toros, con la caza, con las cucarachas y con la asesina de cucarachas que descubrí dentro de mi… Encontré el modo de ver el sentido de tanto sinsentido, el sentido de tanta mierda….

En su libro saltar al vacío, exponía como la ira y la rabia que sentimos, todo nuestro dolor ancestral algunos lo canalizan a través de los toros, otros a través de la caza y otros poniéndose en frente de ellos en una manifestación antitaurina, cuando ambas son manifestaciones equivalente de miedo y dolor. Y cuando lo que realmente podría sanar a un torero o a un cazador es un abrazo, es el amor que no sienten y les lleva a canalizar toda su porquería interna en ese formato, ese amor que están pidiendo a gritos cuando su dolor les lleva a torturar un toro hasta la muerte.

Ese dolor de no sentirse amados, ni valiosos, ni completos… el mismo dolor que pone enfrente de ellos a los manifestantes que llenos de rabia y tristeza son incapaces de ver el dolor y profunda angustia vital que sienten.

De ese modo se perpetua la diferencia, se perpetua la separación sin que ninguno de los bandos sea capaz de ver que en esencia son los mismo y que sólo están viviendo una película en la que son cuerpos separados, sin que ninguna de las partes sea capaz de tenderle un abrazo a la otra o de atender su propio dolor, lo que permitiría dejar a ese toro pastar alegre y feliz, hasta que la madre naturaleza decidiera su extinción si así ha de ser… Desde la regulación de la conciencia cósmica y desde el amor universal que nos une a todos como criaturas de Dios, iguales en esencia.

Fui capaz de ver que las cucarachas no hacían más que mostrarme que en un momento dado yo no era tan diferente de los toreros y acepté a los toreros, a los toros y a los cazadores…acepté todas y cada una de las criaturas de Dios que hacían lo que podían…desde su inocencia e inconsciencia.

Y mágicamente después de esa reconciliación interior con la caza y los toreros todas las cucarachas de la cocina desaparecieron.

Desaparecieron como por arte de magia… ni rastro… todo limpio…supongo que la vida ya me había enseñado la lección y ya no eran necesarias.

La vida es pura belleza.

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